Vargas Llosa en "A fondo" y el legendario pleito con García Márquez


Durante mucho tiempo se ha querido saber qué fue lo que pasó entre Vargas Llosa y García Márquez aquella vez del golpe en la cara que el primero le dio al segundo y que significó la ruptura de una larga amistad. Decenas de conjeturas apuntaban a que García Márquez habría intentado un affaire con la esposa de Vargas Llosa, otras tantas apuntaban a que habrían intentado convencer a Patricia Llosa de que se divorciara de Mario por una infidelidad que lo llevó a abandonar el hogar por algunos meses. Nunca se supo y tal vez nunca se sepa realmente qué pasó, pero es la anécdota que siempre rondará el imaginario de lectores y fanáticos de ambos enormes escritores.
Con el crecimiento exponencial de sus presencias en el mundo de la literatura universal, cada uno fue escribiendo su propia historia. García Márquez obtiene el Nobel en 1982, Vargas Llosa en 2010, y con cada nuevo libro y la consolidación de sus prestigios fueron desapareciendo también las referencias a aquel incidente. Una de ellas, las que más buscan los fanáticos, se hallaría en una entrevista que a Vargas Llosa le hizo Joaquín Soler Serrano para el estupendo programa "A fondo", acaso uno de los mejores programas de entrevistas a escritores del que tenemos recuerdo. En esta entrevista, inhallable en redes, Soler Serrano le pregunta directamente por el tema:


-Hablando de anécdotas, los periódicos publicaron en su día la noticia de que habías tenido un altercado violento, en el que Vargas Llosa había puesto knock out a su amigo García Márquez. ¿Eso significa el fin de la amistad?
- Bueno, los periodistas tienen a veces más imaginación que los propios novelistas.
-¿Pero qué pasó? ¿O es mejor ignorarlo?
-Ha habido un incidente, efectivamente, pero no tiene características literarias ni políticas, como han dicho los periódicos. Me he encontrado aquí con una revista, donde he visto que este incidente parece que fue fraguado por un editor para levantar las ventas de El otoño del patriarca y de Pantaleón y las visitadoras.
- ¿Pero no es eso?
-No, no. En absoluto.
-O sea, que no fue ni un incidente comercial ni un incidente político por discrepancias o divergencias ideológicas, como también se ha dicho en alguna parte. Ha sido por cuestiones de tipo personal.
-Así es.
-¿Y seguiréis siendo amigos? ¿O no se sabe?
-Pues eso no se sabe nunca. Como todo es tan relativo…


Pues bien, buceando en la red, encontré en el blog eljuiciodeeladio.blogspot.com la transcripción de esta entrevista (debe ser una parte porque en una hora de entrevista se conversa mucho más), y que copio y pego acá para quien quiera darse una vuelta. Que lo disfruten.


- Antes de los 40 años, Mario Vargas Llosa había alcanzado en el mundo un gran prestigio, su nombre se había barajado en las nominaciones en el Nobel, y sus lectores en España y América se contaban por cientos de miles. Usted nació en Arequipa, Perú, en marzo de 1936.
- Sí, pero conocí la tierra en que nací siendo ya adolescente, porque mi familia se trasladó a Bolivia cuando yo apenas tenía un año. Y vivimos en Cochabamba casi diez años, así que, en realidad fue en Bolivia donde aprendí a caminar, a leer, a escribir…
- Qué recuerdos conservas de esos años de Cochabamba?
- Muchas imágenes que son muy distintas unas de otras. Uno de los recuerdos más vivos de esos años es el de los Carnavales, que no sé si serían tan importantes en Cochabamba como lo son en mi memoria. Pero recuerdo que realmente eran un hecho extraordinario para mí y para todos los muchachos de mi edad. La ciudad entera se empapaba, se jugaba con agua toda una semana, y la vida quedaba totalmente paralizada. No había colegio, por supuesto, y uno se preparaba para los Carnavales con mucha anticipación: llenando canastas con globos, haciendo unos proyectiles temibles que se llamaban cascarones (que eran huevos vacíos, que se rellenaban con aguas de colores) acopiando chisguetes… Era una fiesta un poco bárbara, pero que para un niño de pocos años resultaba estimulante. Otro recuerdo muy plástico es el de las procesiones de Semana Santa, que, según mi memoria, tenían colorido y violencia, porque los campesinos bajaban a la ciudad a participar en las procesiones y lo hacían generalmente bebidos. Desfilaban con machetes, y hasta con cartuchos de dinamita que hacían explotar por las calles. Recuerdo que todo eso me asustaba mucho
-¿Cuáles fueron los primeros libros amigos?
-Libros de aventuras, novelas por las que guardo aún mucha devoción…
-¿En especial por quién?
-En especial por Dumas, aunque lo leí después. Pero en Cochabamba ya recuerdo haber leído historias como El hijo de Nostradamus que me dejaron fascinado.
-La afición por la cultura y la literatura francesa parece común a todos los escritores hispanoamericanos
-Hace 20 o 25 años era un fenómeno general en toda América Latina. No sé si seguirá sucediendo. La literatura francesa en particular y la cultura francesa en general han influido muchísimo en la historia social y cultural de nuestros países. Los escritores de mi generación descubrimos la literatura a través de los autores franceses del XIX y más modernos. De Dumas a Victor Hugo, Flaubert, Stendhal, Balzac…  cuando ingresé en la Universidad, Sartre y Camus eran los grandes nombres, los maestros de mi generación.
-En 1945, la familia regresa al Perú. A una ciudad que conocemos por tus novelas: Piura.
-Sí, Piura es una ciudad del norte de Perú. Una ciudad muy distinta de Cochabamba que es una ciudad de la sierra, en tanto que Piura lo es de la costa, del litoral, aunque no esté al borde de la mar. Cuando yo llegué a Piura, se hallaba en el centro de un desierto, un enorme desierto llamado de Sechura, que había impuesto a la ciudad unas características muy especiales. Era una población muy aislada, sus habitantes eran mucho más extrovertidos que los cochabambinos, mucho más alegres y comunicativos. Piura era una ciudad que vivía en la calle. Viví dos años en Piura, en esa época, y guardo un recuerdo imborrable.
-Fueron dos años de cambio, de adaptación, de nuevas experiencias…
- Por una parte perdí los amigos que tenía en el colegio, cosa que para un niño es siempre un poco traumática. Además, hablaba como boliviano, y los demás chicos se burlaban de mí. Pagué un poco el precio que paga todo forastero para ser aceptado en una nueva sociedad. Pero al mismo tiempo, Piura era una ciudad llena de color y un mundo un poco aventurero. En sus barrios, muy diferenciados unos de otros, había rivalidades terribles. Y para mí, desde el punto de vista ya de literatura, resultaron años muy fecundos, porque a base de recuerdos de nostalgias de Piura he escrito buena parte de lo que he escrito.
-¿Había mucha sustancia novelesca en Piura?
-Sí, cosas que en la memoria se me grabaron muy fuertemente y que después me sirvieron, por lo menos, de estímulo para muchas historias, muchos personajes.
-¿Cuándo advierte Mario Vargas Llosa que es un escritor? ¿Fue en esos primeros años, o más tarde?
-Yo creo que debió ser, como en muchos casos, un proceso un poco misterioso que se manifestó no de manera fulminante a través de un hecho decisivo, sino más bien, de manera paulatina, gradual. Comenzó como un juego. Yo recuerdo que en Cochabamba ya escribía, escribía poemas que eran imitaciones y paradojas de cosas que leía. Comencé a escribir pequeñas historias; en Piura también escribía pequeñas historias. En ese tiempo vivía yo con mis abuelos y con unos tíos que me celebraban mucho estas aficiones porque era mi familia materna. Y en la familia materna había una buena tradición, si no de escritores, si de amantes de la literatura. Y entonces era una actividad que yo más o menos comparaba un poco con los deportes, y con los juegos. Fue después, cuando tuve que preparar una carrera, al entrar a la Universidad, cuando se me planteó la literatura como una alternativa posible. En realidad, era lo que más me interesaba, era lo que hacía con más gusto, era aquello a lo que hubiera querido dedicar más tiempo. Pero claro, en un país como el Perú era inconcebible que alguien en su sano juicio pudiera elegir una carrera literaria, y decir "yo voy a ser escritor" era como elegir la locura, el disparate. De modo que elegí la abogacía, que es lo que suele ocurrir con muchos escritores. Y entonces estudié derecho, aunque muy pronto descubrí que jamás sería capaz de ejercer esa carrera, descubrí que era una aberración peor que la literatura. Y entonces trabajé en el periodismo mucho tiempo, pero todos esos años seguí escribiendo, seguí escribiendo y la literatura iba ganando terreno.
-Hay noticia de una obra de teatro que escribiste a los 16 años titulada La Huida del Inca.
-Sí, es una obra que escribí cuando estaba en el colegio todavía. Me gustaba mucho el teatro. Era lo primero que escribí, más o menos, en serio, en serio en el sentido que me tomó mucho más tiempo, rehíce muchas páginas. No recuerdo siquiera de qué hablaba. Me acuerdo que era una obra que comenzaba en la época contemporánea, el personaje era un escritor que se extraviaba en un viaje al Cuzco y se encontraba con unos indios que le contaban una leyenda incaica, que era el cuerpo de la obra. Y luego había un epílogo donde el escritor volvía a la ciudad con esta leyenda. Pero lo siento: he olvidado la leyenda.

-Mientras tanto, han pasado otras cosas en la vida de Vargas Llosa. Ha ido a Lima en el año 47 y en el año 1950 se produce su entrada en el colegio que quizá era famoso entonces, pero que es mucho más famoso hoy.
-El Leoncio Prado.
-El Leoncio Prado que ganó en difusión desde la novela. Ese colegio parece que marcó algo importante en tu sensibilidad…
-Bueno, está asociado directamente con la literatura mi ingreso en ese colegio. Mi padre descubrió, cuando yo estaba en segundo de enseñanza media, estas afirmaciones literarias mías.  Y entonces, con mucha razón, se alarmó y quiso impedir que esta tendencia tan peligrosa prevaleciera.  Pensó que un buen remedio podía ser el colegio militar, colegio muy especial, que daba una enseñanza secundaria regular, pero que estaba colocado en manos del ejército. El ejército tenía la organización, el control de los estudiantes y al mismo tiempo que esos estudios regulares, se hacía un entrenamiento militar intensivo, con lo cual me quedaba liberado del servicio militar. Y era un colegio que tenía características también bastantes especiales, porque era un colegio en el que estaba representado todo el Perú. Había muchachos que venían de familias muy adineradas, muy acomodadas, a los que mandaban sus padres para que se corrigieran porque eran muy traviesos o muy flojos. Y también había muchachos de familias muy humildes que entraban a través de un sistema de becas bastante amplio, porque veían en el colegio la antesala a la carrera militar. Y además venían muchachos de provincias, de la sierra, de la selva. O sea, que estaba representado un poco el Perú entero. Cada uno aportaba a este colegio sus conflictos, sus traumas de región, de familia, de clase. Y eso resultaba bastante explosivo; además entrábamos ahí de 14, de 13 años, una edad muy delicada en la vida de una persona. Y entonces todo ese mundo sometido a una vida militar producía a veces reacciones traumáticas; creo que ese fue mi caso, yo lo pasé muy mal en el Leoncio Prado. Bueno, por una parte descubrí un poco lo que era mi país, descubrí la violencia terrible en las relaciones humanas, que yo creo que son bastante características en el Perú  que hasta entonces ignoraba. Y he seguido viviendo un mundo, un mundo diríamos un poco marginal,  al mundo del Perú violento. Pero por otra parte fue un choque muy brusco, es decir, yo no estaba en absoluto preparado para esa violencia en las relaciones ni para ese sistema disciplinario tan terriblemente estricto. Y recuerdo que desde que fui cadete pensé escribir alguna novela, o no sabía exactamente qué, pero aprovechando esta experiencia, o mejor aún, vengándome un poco de esta experiencia.
-Como una pequeña revancha.
-Sí, era una manera de quitarme de encima ese trauma, que fue descubrir el mundo.
-Y sin embargo, visto desde lejos, visto desde aquí, por ejemplo, el peruano es un hombre encantador, es un señor que dialoga con muchísima cortesía, que es muy ceremonioso, que es muy cortés.
-Bueno, el peruano suele hablar poco, suele ser bastante introvertido y suele hablar sobre todo de una manera bastante indirecta. Parece que ésa es una influencia que nos viene de muy lejos, que nos viene de nuestra mitad india, de los incas. Y el indio peruano actual es muy solemne, muy formal, y al mismo tiempo muy indirecto; está considerado de mala educación y muy grosero decir las cosas directamente. Todo lo contrario de lo que ocurre en España. Por eso, los peruanos cuando llegamos a España, a veces nos sentimos como agredidos cuando nos hacen preguntas muy directas. Eso en el Perú no suele ocurrir, las preguntas generalmente se hacen dando una gran parábola.
-¿Debemos seguir conversando con parábolas…?
-No, ya estoy acostumbrado hablar como los españoles. Yo he vivido muchos años aquí.
-Así es, Vargas Llosa es un hombre que conoce muy bien el medio español, ha estado aquí bastante tiempo. ¿Cuándo vino la primera vez?
-En el 58, al terminar la Universidad, vine con una beca, dotada con 120 dólares, que en el año 58 era una fortuna en Madrid. Realmente viví como un príncipe con esa cantidad.
-Pero yo había oído contar que Vargas Llosa tuvo que inventarse otras muchas cosas para tener ingresos extras.
-¡No! Fue antes de venir aquí cuando era estudiante. Trabajé en muchos sitios.
-Y el famoso grupo de danzas incaicas ¿a qué época pertenecía?
 -Eso fue en el año 58, en Madrid, cuando estaba en la Universidad. Había un festival folklórico en Cáceres, y muchos grupos hispanoamericanos que venían al festival.  Entonces un grupo de estudiantes peruanos organizamos un conjunto para poder ir hasta Cáceres, para poder conocer Cáceres. Y ante nuestra estupefacción, ganamos el cuarto premio en este concurso de profesionales, y nos llevaron a bailar por todas las plazas de toros de España durante un mes.
-Pero eso no estaba hecho con el ánimo de ganar dinero…
-No, no. Exclusivamente con el ánimo de conocer cosas. Fue muy divertido, porque era un grupo de ocho, de los cuales sólo seis éramos peruanos. Y teníamos dos gallegos disfrazados de peruanos a los que les habíamos prohibido hablar para que no los reconocieran por el acento que eran españoles.
-Y hubo una época peor, que fue esa época de muchos oficios.
-Pero esa fue antes de venir a España. Yo me casé muy joven, a los diecinueve años. Sin dejar de estudiar, pase de ser un hijo de familia a ser un amo de casa. Y tuve que empezar a encontrar trabajos, y los trabajos que conseguí estaban todos muy mal pagados. De tal manera que tuve que reunir varios, y llegué a reunir hasta siete trabajos.
-¿Simultáneamente?
- Simultáneamente, sí. Eran trabajos por horas, muy distintos todos. Trabajaba en una radio, en una biblioteca, también con un historiador (un profesor mío de la universidad), hacía reportajes para una revista, escribía crónicas para un suplemento; y tuve un trabajo bastante estrafalario, que era fichar los cuarteles de la época colonial del cementerio general de Lima, porque no sabían que muertos estaban allí.  A mí me pagaban un tanto por muerto, y me daban unas fichas que debía rellenar. Me pagaban por muerto una cantidad que no me acuerdo, pero que era una cantidad bastante ridícula.
- ¡Siete! Eso es lo que aquí llamamos el pluriempleo, siete trabajos a un tiempo. Lo que le permite a Vargas Llosa poder seguir trabajando, manteniendo  su casa y estudiando. ¿Escribiendo también ya?
-Escribía, pero desgraciadamente no tenía mucho tiempo. Escribía los domingos, y las noches; pero generalmente llegaba tan cansado, que no hacía sino intentar escribir. En realidad, esos años pues…Bueno la literatura era importante para mí, era probablemente lo que más me importaba, pero a lo que menos tiempo le dedicaba. Fue en realidad aquí, al llegar a España en el año 58, con esa beca, cuando ya prácticamente pude disponer de mi tiempo y dedicarme a la literatura de una manera, podríamos decir, exclusiva. Porque, aunque tenía otros trabajos, los elegía en función de la literatura. Fue aquí en Madrid, cuando comencé a ser un escritor de verdad.
-La primera obra conocida y publicada es "Los Jefes"
-Eran cuentos que había escrito en Lima. La mayor parte de ellos, a base de recuerdos de los años que viví en Piura, o personajes o pequeñas isutaciones vinculadas a aquella ciudad. Los traje a España y al llegar aquí los presenté a un concurso de cuentos que había convocado una editorial de Barcelona. Ése fue mi primer libro publicado.
-¿Guardas por él una cierta estimación?
 -No me desolidarizo de él, pero son cuentos adolescentes y muy imperfectos.
-El libro que hace conocer tu nombre es "La ciudad y los perros"
-También es el primer libro que escribí en serio, trabajando mucho, esforzándome al máximo y también con una cierta ambición desde el punto de vista de la propia novela.
-En la Casa Verde nos encontramos con una temática completamente distinta. Ahí ya no pareces vivir solo de tus recuerdos, de tus vivencias infantiles, sino debes investigar incluso el ambiente, la atmosfera, la zoología, la botánica…
-En realidad, todo lo que he escrito parte siempre de experiencias personales, de algunos hechos vividos, de algunas personas conocidas o de situaciones que, más o menos, han estado cerca de mi propia experiencia. En realidad, todo eso ocurría en lo que he escrito hasta ahora de ficción. Lo que pasa es que eso es un punto de partida simplemente, y luego después se mezcla con elementos puramente imaginarios. En "La Casa Verde" la mitad de la historia está situada en Piura y está escrita casi exclusivamente con la memoria, con la nostalgia. Pero la otra parte de la historia, la que ocurre en la selva, sí me exigió una cierta documentación, porque la selva yo la conocía de una manera muy superficial. Sobre todo, en la primera versión de la novela había estado, apenas, tres semanas. Y entonces tenía una gran inseguridad, cada vez que la situaba la historia en la selva tenía muchas dudas.  Y traté de suplir esa falta de conocimiento de la selva con lecturas y con investigación.  Pero, en realidad, toda mi obra es siempre el fruto de esa mezcla de ambas cosas: de hechos vividos y de hechos imaginados. Es más, yo creo que no podría escribir una historia puramente imaginaria, utilizando exclusivamente la fantasía.
-Sin embargo, el esfuerzo fue notable. No era sólo cosa de ir a la selva; era también ver cómo había sido narrada, descrita. Tuviste que leer muchos libros sobre la selva.
-Sí, leí muchos libros. Durante unos años prácticamente sólo leí libros sobre la Amazonía, leí algunos libros científicos, pero sobre todo leí libros de viajes, y literatura de ficción sobre la Amazonía; que es muy abundante y es una literatura muy folklórica, una literatura muy local. Descubrí cosas muy divertidas leyendo esos libros, y es que la imaginación permea prácticamente todo lo que se ha escrito, no solamente la ficción, sino también los libros científicos, supuestamente científicos sobre la selva. Me acuerdo mucho del libro de un aparente especialista en la flora y fauna amazónicas que catalogaba animales puramente imaginarios, animales de las leyendas, del folklore amazónico. Y hay muchos casos de ésos, es que un mundo muy imaginario la selva.
-"La Casa Verde" empezó siendo un cuento y además estaba proyectado como cuento. Y el cuento fue desbordando todas las previsiones convirtiéndose en un mamotreto de mil y pico de páginas.
-Bueno, casi todo lo que he escrito ha nacido como una historia muy pequeña que luego va germinando y creciendo y mezclándose con otro tipo de historias.  Y luego el trabajo mayor es cortar la historia y dejarla reducida a proporciones presentables. Desde que salí de Piura había querido escribir sobre una casa verde que conocí cuando era muy niño, un sitio que resultaba muy pintoresco y al mismo tiempo muy fascinante para quienes teníamos diez años en Piura y en el año 45, que era una casa que estaba al otro lado del río, en pleno arenal, considerada un lugar peligroso, un lugar asociado a una serie de previsiones. A los niños no nos permitían acercarnos, nos hablaban muy mal de él, pero no nos explicaban muy bien por qué era tan malo. Era una casa verde en la que solo había señoras y a la que visitantes nocturnos, que eran siempre varones. Y todo eso parece muy pecaminoso y al mismo tiempo excitante para nuestra imaginación. Y bien, yo había querido escribir alguna vez una historia vinculada a esta imagen. Escribí primero un cuento, que no salió. Y cuando ya estaba viviendo en Europa retomé la idea. Pero se mezcló con otra que tenía sobre una novela vinculada con la selva. Esas tres semanas que estuve en la selva también había visto muchas cosas que me resultaban muy estimulantes desde el punto de vista literario. La mezcla de esas dos ideas es lo que resulto en la novela.
 -"La Casa Verde" es galardonada con el premio Rómulo Gallegos el 66 en Caracas, donde se produce un hecho de indudable importancia histórica, y es que Mario Vargas Llosa conoce al otro protagonista (porque aunque son más, parece claro que los dos protagonistas básicos del llamado boom hispanoamericano son precisamente Vargas Llosa y García Márquez). Tú conociste a Gabriel García Márquez en Caracas al recoger tu premio.
-Exactamente, sí. Nos conocimos al llegar, en el aeropuerto; él llegaba de México y yo de Londres. Y nos conocimos allí en el aeropuerto.
-¿Os presentó alguien?
-¡No! Habíamos tenido ya contacto por carta, nos habíamos escrito porque nos habíamos leído mutuamente. En ese viaje leí "Cien años de soledad" que estaba recién publicada y que me impresionó mucho.
- Esa amistad que nació en Caracas parece que ha sido una amistada muy honda, muy intensa y en algunos momentos incluso de gran comunicación.
-Sí, hemos sido muy amigos. También fuimos vecinos en Barcelona durante cuatro años.
-Y parece que hubo una vez en público unos diálogos García Márquez-Vargas Llosa.
-En Lima, sí, eso fue en Lima. Ese mismo año del Rómulo Gallegos. Él hizo una gira por Sudamérica, estuvo en Lima y tuvimos una conversación en la Universidad. Fue una conversación anecdótica, a base de anécdotas sobre todo literarias.
-Hablando de anécdotas, los periódicos publicaron en su día la noticia de que habías tenido un altercado violento, en el que Vargas Llosa había puesto knock out a su amigo García Márquez. ¿Eso significa el fin de la amistad?
- Bueno, los periodistas tienen a veces más imaginación que los propios novelistas.
-¿Pero qué pasó? ¿O es mejor ignorarlo?
-Ha habido un incidente, efectivamente, pero no tiene características literarias ni políticas, como han dicho los periódicos. Me he encontrado aquí con una revista, donde he visto que este incidente parece que fue fraguado por un editor para levantar las ventas de "El otoño del patriarca" y de "Pantaleón y las visitadoras".
- ¿Pero no es eso?
-No, no. En absoluto.
-O sea, que no fue ni un incidente comercial ni un incidente político por discrepancias o divergencias ideológicas, como también se ha dicho en alguna parte. Ha sido por cuestiones de tipo personal.
-Así es.
-¿Y seguiréis siendo amigos? ¿O no se sabe?
-Pues eso no se sabe nunca. Como todo es tan relativo…
-Nuevo libro en la cronología de tu obra: "Conversación en la Catedral". ¿Cómo germina la idea de este libro?
-Nace también de experiencias personales. Lo que sucede es que en este caso concreto las experiencias personales coinciden con las experiencias de un país entero. Entre los años 48 y 56 tuvimos en el Perú, para variar, una dictadura militar conocida con el nombre de ochenio, la dictadura del general Odría. Estos años fueron cruciales para mí y para toda mi generación, para todos los peruanos que en esos años pasamos de ser niños a adolescentes y de adolescentes a hombres. Bajo esa dictadura dejé el colegio, entré en la universidad y descubrí la literatura y la política. Todas esas experiencias están frustradas por la dictadura. Que era una dictadura muy especial, es decir, una dictadura que fue menos sanguinaria que otras dictaduras de la época. Porque la verdad es que Odría no mató tanta gente como Pérez Jiménez o Rojas Pinilla, por ejemplo. Compensatoriamente, yo creo que corrompió más gente que ninguna otra dictadura de ese tiempo. Fue una dictadura terriblemente corruptora, destruyó los espíritus de una manera monstruosa. Esa es la idea que está en el origen de Conversación en la Catedral: describir una sociedad bajo el imperio de una dictadura militar corruptora. Pero no contar esta historia políticamente, sino contarla en las manifestaciones que tienen los distintos aspectos de la vida, la Universidad, la familia, el trabajo. En distintas generaciones y también en distintos sectores sociales. Esta novela me planteó muchas dificultades; porque el tema era tan vasto que no encontraba manera de atraparlo. Hasta que después de dar muchas vueltas, hallé la fórmula que apliqué a la novela, que es la fórmula de una conversación, de un diálogo entre un muchacho, antiguo universitario, antiguo militante clandestino, y un antiguo guardaespaldas de funcionarios de la dictadura. Y un poco a través de la vida de estos personajes, de los recuerdos de estos personajes, traté de ir desvelando la historia de esta sociedad.
-Y hay una concentración de tipos y de gentes, realmente, muy amplia y muy variada.
-Sí. Yo llegué en algunos momentos a creer que perdía el hilo. Es el libro que más trabajo me ha costado. Creo que es también el libro más ambicioso que he escrito. Cuando me preguntan qué prefiero de todo lo que he escrito, qué es lo que menos me disgusta, siempre digo que es Conversación en la Catedral, quizá porque es el libro que más dolores de cabeza me dio.
-Más o menos ¿Tienes idea de cuántos personajes pululan en esa conversación?
-No.
-¿Un país entero?
-Hay muchos personajes secundarios, pero los principales no son más de una docena.
-Pero es un friso representativo: como un corte seccional de la vida del Perú de entonces.
-Es lo que quise hacer por lo menos. Es lo que pretendí.
-Pantaleón y las visitadoras es, sin embargo, la novela que ha llegado a mayor número de lectores.
-Es más asequible que las otras, es más divertida. Y también ha influido la película, que para mí fue una experiencia sumamente instructiva, porque descubrí que hacer cine aún es más difícil que escribir. En el fondo, un escritor tiene tanta libertad, que solo depende de su propio talento. Y el director de cine depende del talento de muchas otras personas. Otro descubrimiento fue que una novela y un film tienen más divergencias que coincidencias. Contar una historia con imágenes es casi enteramente lo contrario que contarla con palabras.
-Pero el gran descubrimiento de Pantaleón fue el humor.
-Siempre me había opuesto al humor en la literatura, había dicho que era alérgico al humor y algunos críticos me recordaron esas frases. Pero cuando escribí Pantaleón supe que esa historia sólo podía ser narrada en una línea humorística. Eso fue para mí como descubrir un mundo riquísimo. Un mundo en el que abundé luego con "La tía Julia y el escribidor".
- ¿Te preocupa el lenguaje en la construcción de una novela?
-La forma, tanto en lo que concierne al lenguaje como a la estructura, me interesa estrictamente en función de los temas y de los personajes. En este sentido mi idea de la novela es muy tradicional. Yo estoy por la novela anecdótica, por la aventura novelesca, y los problemas de estilo y de técnica son siempre secundarios.
-¿Cuáles son tus hábitos de trabajo?
-Me encierro en el escritorio todos los días de lunes a sábado unas seis horas por jornada. Mis horas más fértiles son las primeras, cuando comienza el día. Jamás he podido escribir por las noches.
-¿De dónde vienen los Vargas y los Llosa?
 -Los Vargas llegaron al Perú en la primera hora de la conquista con Pizarro. Los Llosa llegaron un poco después. Se concentraron todos en Arequipa. Parece que llegaron de Santander, pero que hasta allí habían llegado de un pueblecito entre Barcelona y Valencia que se llama Llosa precisamente. Mi padre era aviador de la Panaérea y en el aeropuerto conoció a mi madre. Pero mi padre fue un poco aventurero: piloto, marino, periodista, nómada…vivió en muchos sitios. Hasta que al final se fueron a vivir a los Estados Unidos. Quizá haya heredado de mi padre el afán de viajar, la existencia nómada…
-¿Por qué escribes?
-Ningún escritor lo hace pensando en servir a sus semejantes o mejorar la humanidad. La literatura es para el escritor lo que la marihuana para un adicto a esta yerba. No es una profesión. Es algo más profundo, más visceral y complejo. Se escribe en función de uno mismo, de una problemática personal. Es el más individualista y egoísta de los quehaceres. Uno escribe porque ha tenido experiencias sobre todo negativas de las que trata de librarse. Así de sencillo.


Comentarios

ESCRITOS dijo…
qué interes puede tener ya Mario Vargas Llosa?

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