Un avance...



- Entonces, jefe, ¿le meto cuchillo?
El sujeto con sombrero de quákero, sonrió ladinamente, bajo el gabán la respiración excitada, se frotaba los dedos maniáticamente.
- No, nada de muertes amarillistas. Métele un plomo en la cabeza, y listo el pollo.
- ¿Y el dinero? Preguntó el sicario, algo nervioso. No era la primera vez que hacía esta pregunta, quizá después del trabajo no vería un dólar, siempre era bueno cubrirse las espaldas. Su compinche, desde la azotea del edificio contiguo, tenía en la mira telescópica el negro sombrero del quákero.
- Acá tienes dos mil dólares -dijo entregándole un sobre amarillo, mientras observaba el entorno por el rabillo del ojo- el resto apenas levanten el cadáver. Cuéntalo.
- Faltaba más, jefe, en dos días paso por su oficina para recoger el saldo.
- El dinero es para contarlo -encendió un cigarrillo- pero no vayas a mi oficina. Yo te llamo.
- Está bien, jefe, como usted mande pero... ya sabe, si tiene algún otro trabajito... sabe dónde encontrarme.
- Ahora lárgate. Tengo que hacer algunas llamadas. Y dile al imbécil que me está apuntando que si lo vuelvo a percibir en alguna azotea lo desollarán con un soplete.
El sicario sonrió estúpidamente, quiso alegar algo pero mejor sería no hacerlo. Nunca comprendió cómo se había dado cuenta. Quizás era cierto lo que decían, que el gobierno tenía ojos en todos lados, incluso en la mente de los demás. Se puso de pie y avanzó por la calzada, hasta perderse tras una esquina.
Al subir al apartamento del dirigente, renegó de la música del ascensor, sacó el arma y la rastrilló, tenía que ser rápido. Bajo los números iluminados que lo acercaban a su destino, pudo leer la placa que habían colocado en cada lugar de la ciudad: LA GUERRA ES LA PAZ. LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD. LA IGNORANCIA ES LA FUERZA. Como en el maldito libro, pensó, cuando lo elegimos nada hacía suponer que las cosas serían así, tanto estudiar para terminar de asesino, tanto querer el ideal de la democracia para acabar así. ¡Tlin!, sonó el ascensor, las hojas metálicas se abrieron. Se colocó los guantes de cuero. Por las ventanas del pasillo pudo ver a la Policía del Pensamiento pasar rauda, seguro iba a desaparecer a alguien más. Otro lúcido que no pudo mantener ni su boca ni el pensamiento callado. Tocó el timbre cuatro veces. Por el ojo de buey un iris asomó a ver quién llamaba con tanta insistencia. Al reconocer la figura del sicario, una gota de sudor apareció en sus sienes, pero la bala que éste descargó le destapó el cráneo. La puerta cedió luego con demasiada facilidad. Terminó el trabajo. Se acercó al minibar y bebió un largo sorbo de whisky. Sabía que el ruido del silenciador podía ser detectado por los sensores de la policía, así que salió apretando el paso.
Ya en la calle miró la gran pantalla que anunciaba por enésima vez, los logros del gobierno. Estoy harto de esto, pensó, quitándose los guantes y arrojándolos en un incinerador al paso. Vio un libro en la vitrina miserable de una establecimiento al cual no podía ingresar. Los miembros del Partido no podían entrar en tiendas corrientes, pues a esto se llamaba "Traficar en el Mercado Libre". Maldita democracia, pensó, maldita la hora en que nos equivocamos. Y en ese preciso instante, la Policía del Pensamiento lo tomó de los hombros y lo llevaron hasta el acantilado más cercano.

Comentarios

Entradas populares