Tarata, la película (otra más para el olvido)


He revisado algunos comentarios bastante auspiciosos sobre “Tarata”, última entrega del cineasta Fabricio Aguilar y decidí (con muchos reparos) ver la cinta. Debo aclarar que no soy gran fanático del cine peruano, pues salvo 4 o 5 cintas en 40 años de historia, las demás son para el completo olvido, y lamentablemente Tarata está en este grupo. La trama gira en torno a la explosión del coche bomba que destruyó la calle del mismo nombre, ubicada en Miraflores, (en ese atentado fallecieron 25 personas y resultaron heridas 155), y cómo este acto terrorista cambia la vida de una disfuncional familia de clase media venida a menos.
La cabeza de familia, muy bien interpretado por Miguel Iza, es un tipo sin más norte que su trabajo en una universidad nacional, su insoportable mujer, una vida anodina, y un inverosímil hobbie: anotar en una libreta todas las frases que aparecen pintadas en paredes, bancas, baños, techos y demás, arengando la “lucha armada”, pues tiene la teoría que estas frases pueden ser mensajes cifrados que “informan” sobre el desarrollo de la guerra interna y podrían –tras ser interpretados- anunciar una tregua (esto ya es completamente tirado de los pelos ¿quién en esas épocas sería tan imbécil de anotar todo eso y además llevarlo en el bolsillo de la camisa o dentro del pantalón si cada 15 minutos los soldados detenían los carros pidiendo documentos y registrando a todo el mundo? ¿Y en medio de un toque de queda?).
La esposa, papel interpretado por la animadora de televisión (no actriz, ojo, en el Perú tenemos la costumbre de poner a una figura “conocida” para que “jale gente” sin tomar en cuenta que la actuación es primordial para hacer creíble una historia y que esta viene de una “formación actoral” que no se obtiene en unas pocas semanas) Gisela Valcárcel, interpreta a una mujer amargada porque su marido no puede darle “la vida que se merece” y cifra todos sus sueños en la venta de cosméticos y un posible negocio que abrirá con su mejor amiga, interpretada por Lorena Caravedo (muy bueno el detalle de cuidar los peinados y la ropa de la época ochentera, los teléfonos de disco, los autos, en ese aspecto, acertadísimo). Pero la actuación de Valcárcel no llega a despegar, tiene sí, chispazos buenos, eso es innegable, pero el engolamiento de la voz (el mismo tono que usa cuando quiere parecer “sentimental” en su programa concurso) no convence a nadie.
Los niños son otro tema, la hija mayor, adolescente conflictuada por su disconformidad familiar, busca huir sin saber que “su mundo” se encuentra inmerso dentro de otro, uno más complejo, donde hay gente oscura, serrana, que muere, que sufre tanto o más que su familia, y que también quiere huir pero por otras motivaciones, en su mayoría el dolor (como se ve en la escena de la agencia de transportes); el niño sin embargo, a pesar del carisma que pueda despertar, sobreactúa tanto su papel que se pierde a los primeros 15 minutos de la película. Demás está mencionar que los diálogos del niño no se los cree pero ni otro niño (sabe de memoria la cartilla de seguridad contra atentados, por ejemplo, usa correctamente la descripción de la mezcla de anfo con dinamita, no pues… se convierte conforme avanza la cinta en un segundo padre de familia que tiene más preocupación que el propio progenitor…) en fin. El papel de la empleada del hogar es quizá uno de los mejores, en torno a ella gira el detonante de la cinta, su hijo es desaparecido por el ejército durante una redad donde (in-creíble esta escena) es capturado luego de ser obligado -junto a Miguel Iza -a desplegar una banderola con el rostro de Abimael Guzmán. La música deja mucho que desear, jamás acerta una tonada con alguna emoción, y todo transcurre tan absurdamente dentro de la moralina, que la película, felizmente, parece acabar rápido.
Un detalle importante, de asistente al cine: durante la función muchos reían, comentaban entre sí, se burlaban de escenas tipo “jefe, mire, es mi libreta con anotaciones senderistas pero es porque tengo la teoría… PUM! PAM! ¡Toma!” Es obvio: no se puede subestimar al cinéfilo, menos con un tema tan delicado y explotable a nivel de guión. Después de “Paloma de papel” Aguilar debió pensar bien antes de escoger a sus coguionistas, revisar más información de la época, leer más de sicología, entrevistarse con gente que estuvo ahí, ser más ambicioso (como lo fue en su anterior cinta).
La gente salió del cine no solo decepcionada, sino sintiéndose burlada. Y eso es un termómetro que hay que tomar en cuenta.

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