Bailar o no bailar. He ahí el dilema...


Revisando los correos abro con mucha alegría uno de María Grant, editora ejecutiva de la prestigiosa revista cubana Opus Habana. En su correo me pregunta cómo se baila salsa en Lima, y le respondo bastante preocupado que “desconozco mayormente” pues no es un género que me guste tanto como el rock, a pesar de que tengo mis orquestas y cantantes favoritos. Y es que para ser salsero hay que vivir salsa, esto es, sentir que por tus venas corre la música y esas ganas de bailar estés donde estés y con quien estés. Vivir la música, como diría Andrés Caicedo. Cuando era adolescente siempre tuve ese problema con la música: en las fiestas a las que iba siempre ponían más salsa que rock, lo cual significaba enfrentarte al ridículo de no saber más que un par de pasitos básicos mientras todos estaban con la fiebre del Dirty Dancing, Salsa, está que arde, o el genial Frankie Ruiz, que son los que se me vienen en este momento a la mente. Así que entre ahuesarse toda la noche sin hacer más que tomar ponche y comer algo por ahí, y enfrentarte al ridículo, muchas veces prefería lo segundo y me lanzaba al ruedo (mis amigas de entonces luego de verme bailar tan penosamente se pusieron de acuerdo para enseñarme algunos pasos interdiariamente). Han pasado 17 años desde entonces. He viajado por varios lugares y he bailado otros ritmos, pero algo muy curioso ocurre cuando personas de diferentes países encuentran en una canción de Rubén Blades la excusa perfecta para bailar. Y entonces nos damos de sopetón con que cada uno tiene su estilo particular y pareciera que entre un peruano, una cubana y una mexicana la cosa es imposible. Sin embargo, después de muchos intentos (aún lo recuerdo con una sonrisa), conseguimos sincronizar y ahí no nos paró nadie. Mientras Oscar Osorio y su esposa daban clases de salsa al estilo caleño, y Hernán Darío y Marisela Gonzalo Febres danzaban perfectamente, Carmen Boullosa y yo conseguíamos por fin que nuestras culturas milenarias no se dieran pisotones. Risas, intentos, baile, más intentos, más pisotones, más risas. Y es que así nos guste el rock, la buena salsa (no esa basura del regaettón y demás aberraciones) lleva implícita una carga especial que despierta esas ganas de compartir y de querer moverse y cantar. Que cantar alegra el corazón, que bailar alegra el alma, y que bailando se nos vaya la vida.
En la foto: El autor de esta nota ensayando un baile con María Grant, mientras Carmen Boullosa trata de captar algunos pasos. (Armenia, Colombia).

Comentarios

solo malena dijo…
que linda foto, estas muy cambiado irreconocible pero igual seguis lindo, un beso para vos gabo tu amiga malena de la universidad san marcos de hoy y siempre

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