Suicidios asistidos


Una amiga me envía este artículo interesante sobre el suicidio asistido, escrito por Manuel Rodríguez Rivero para el diario El País. Las referencias literarias, filosóficas y el contexto en que se desarrolla el artículo, lo hacen más que recomendable:

"Menudo susto. Tropecé con la entrada "Azúa, Félix de" en el Diccionario del suicidio (Laetoli), de Carlos Janín, y, por un momento, sentí que un ciempiés me recorría la columna vertebral. Y es que abundan en él las entradas dedicadas a escritores que decidieron quitarse la vida, como si ese colectivo fuera más proclive a la anomia, ese desarreglo moral que, según Durkheim, se encuentra en el origen de las elevadas tasas de suicidio de la sociedad moderna. Mi imagen recurrente del suicida es la de Ferdinand/Belmondo en Pierrot le fou, de Jean-Luc Godard, cuando, tras el asesinato machista de Marianne/Karina, se ata a la cabeza (previamente pintada de azul) una ristra de explosivos y prende fuego a la mecha. No estoy muy seguro de que el diccionario de Janín, tal como indican los paratextos de la cubierta, pueda leerse como una colección de relatos, pero lo cierto es que ha conseguido esa cualidad (un punto morbosa) por la que la lectura de una entrada conduce a otra, y ésta a otra nueva. Defectos los tiene, algo casi inevitable en la primera edición de un libro como éste. A veces provienen de cierto apresuramiento en la última revisión: Esenin, por ejemplo, aparece como "cineasta soviético" en la entrada "ahorcamiento" y como poeta en la suya propia. En la de "veronal", una de mis drogas preferidas, se dice que "puede utilizarse tanto para el asesinato como para el suicidio", una aclaración que supone un lamentable retardo mental en el lector. Echo de menos más suicidas bolcheviques -de nazis hay una muestra representativa-, sobre todo los que decidieron quitarse la vida en el apogeo del estalinismo. Algunas inmolaciones colectivas (ya saben: de Numancia a Kanungú, pasando por Guyana y Waco) merecen un tratamiento más extenso. Y a veces el autor equivoca el tono: no se entiende muy bien por qué en algunas entradas utiliza la ironía y en otras la elimina. En todo caso, un libro interesante y oportuno, aunque la actual crisis ha sido más austera que la anterior en la tasa de banqueros y brokers arruinados que se arrojan por la ventana (¿recuerdan Esplendor en la hierba?). Por lo demás, el suicidio es, paradójicamente, una manifestación de la vida, como demuestra la apoptosis celular. Schopenhauer -que lo condenaba- creía, sin embargo, que era una afirmación de la voluntad de vivir. Y Cioran declaraba que suicidarse era propio de optimistas (por eso murió de viejo). Lo cierto es que razones para intentarlo no faltan. Hace unos días yo mismo -un pesimista provida- pensé en hacerlo, tras escuchar las declaraciones sobre la ley del aborto de la Conferencia Episcopal, que cada vez recuerda más al Consejo de Guardianes. Y hoy, tras leer una entrevista en la que Andrés Trapiello confesaba que se apuntaría a un Supervivientes de escritores y editores, y mientras me imaginaba una isla en la que tuvieran que interactuar, por ejemplo, el propio Trapiello y otros amigos y conocidos como Elvira Lindo, Almudena Grandes, Lucía Etxebarria, Javier Marías, Víctor García de la Concha, Pere Gimferrer, José Manuel Lara, Jorge Herralde y Juan Goytisolo (todos escasamente ataviados), pensé que quizás los que nos dedicamos a este oficio de la letra debiéramos llevar siempre encima (por si acaso) una cápsula de cianuro potásico. Nunca se sabe. CONTINUAR LEYENDO AQUÍ
Foto: Ilustración de Max para El País / Tomado de la edición digital.

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