Estampas de un viernes muy lejos de casa

Estaba caminando el viernes con A en la carretera mientras esperábamos que aparezca un taxi o alguna moto o ghost rider, lo que fuera, cuando nos dimos cuenta que, viéndolo bien, entre los arrozales y las palmeras que crecían en perfectas hileras delimitando los sembríos de arroz, sólo faltaba un helicóptero y hubiéramos estado en una escena de Vietnam. Reímos y descendimos a la chacra. Suele pasar que la locura es contagiosa, sobre todo en estos casos, en que uno está lejos de casa y se permite ciertas licencias, en fin, creo que lo digo sólo para justificar algunas cosas. Saqué el móvil y puse la única canción que he podido grabar en todo este tiempo: Paint in black. Fue (es) inolvidable. No sé cómo fuimos a dar a un lugar donde se reunían decenas de campesinos tallanes bajo los algarrobos a beber chicha, A estaba demasiado alegre y yo estaba demasiado preocupado cuidándola. Cuando me di cuenta ya había comprado un poto de calabaza y una galonera de chicha de jora, que nos duró toda la tarde al borde de la piscina. A veces me pregunto si tanta alegría y felicidad esconde alguna tristeza, si es verdad que existe un equilibrio para todo, y entonces sucedió. Recordé a S, mi único amor, a miles de kilómetros de distancia tal vez en la misma mesa donde X me dijo que lo nuestro era imposible y que tenía que irse a su casa. Recuerdo eso con dolor y pena, porque retorné a Madrid más triste de lo que pensaba, y cuando llegué a Lima descubrí una carpeta en mi pc donde guardaba sus fotos. Ah… X, si supieras cuánto te quise… fuiste tal vez la única razón para no recordar de Barcelona más que tu sonrisa ya sin braquets y una tarde caminando por la playa. Te extraño mucho, extraño tu voz, tu facilidad para reír y el calor de tus manos (que solo tuve un par de veces entre las mías). Ahora, mientras escribo estas líneas, te pienso. S me esperaba en el terminal de buses con esa inmensa sonrisa y un beso dispuesto a regresarme a tierra. Estaba linda. No sé por qué recuerdo eso ahora, tal vez es este paisaje árido, el desierto esconde mucha tristeza. Ayer leí un par de cuentos nuevos en un colegio, un niño se me acercó a preguntarme si yo había escrito esa historia. Le dije que sí, me dijo que le recordaba a una historia que su abuelo le había contado. Me quedé con esa idea en la cabeza y ahora confundo esa emoción con los recuerdos, debe ser la resaca de la chicha. Estuve bailando con A en la piscina, me encanta A, me obliga a escribir más de lo que debo y a leer más de lo que quiero. Estuvimos leyendo las cartas que Wilde le escribió al miserable de Bossi, tremendas cartas, pobre Óscar, la debe haber pasado terrible, y yo sigo acá con la resaca, intentando darle sentido y orden a esta página. Acabamos de llegar a Sullana, el carro es un horno, espero a que A baje para irnos a comer un ceviche. Definitivamente estoy cansado de tanta fiesta. Te extraño, S. deberías estar tú acá conmigo.

Comentarios

Ophir Alviárez dijo…
Pude ver la escena, pude palparla, casi pude reconocerme en la sensación de la voz añorando al ausente y confrontándolo con el presente...Sí, pude leer todo eso y un poquito más y sabes, me hiciste suspirar y lo agradezco...

Ophir
Me pareció un pasaje sumamente hermoso.
Anónimo dijo…
y sí pues, como todos dicen, es una excelente narración... hay un temblor en lo que escribes, Gabriel. un fuerte abrazo

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