Hasta luego, doc


Hace un tiempo te dije que si necesitabas ayuda sólo tenías que coger el teléfono, marcar mi número y que saldría volando para cogerte del cuello y volverte a internar. Me llamas de madrugada con la voz quebrada, me dices que es la última vez, Gabriel, te juro hermanito que es la última vez. Te digo que vayas a tu casa, llames a tus viejos, qué sé yo, que dejes de sentirte más mierda de lo que ya te ves. Pero no. Estás en la puerta de mi edificio, con las piernas que te tiemblan y la mirada desorbitada. Tienes el polo con la parte del pecho completamente vomitada y los mocos ya tiesos pegoteados todos de blanco. Estás hecho un desastre. Quinta vez que te escapas. Ya conozco tu proceder: entrarás, me pedirás el baño, te lavarás la cara, tomarás un sorbo de agua de azahar para contener la basura que empieza a despegarse de tu columna y que atraviesa tu estómago para hacerte sentir más basura de lo que ya te sientes. Te echas en el sofá, llamo a Martín, viene volando también, algo tenemos que hacer contigo. Empiezas a sudar frío, te cubro con una frazada, empiezas a llorar nuevamente como un niño. Tu pie derecho se agita desesperadamente, buscando tal vez todos los pasos que ya perdiste y que jamás recuperarás, miras a todos lados y sólo me vez esperando a que Martín llegue con el carro para meterte en el asiento delantero, asegurar el cinturón de seguridad y llevarte del Centro de Rehabilitación… otra vez. No creo que me canse de ayudarte cuando lo necesites, pero no creo que mi corazón soporte verte otra vez con el tono de la piel gris, las ojeras hundidas hasta el alma, que ya perdiste, tu guerra interior por recuperar tu vida, que no volverá, los amigos que siempre te llenan de coca porque eres incapaz de alejarte de ellos y de toda esa mierda que no hace más que hundirte, y porque aún me parece increíble que no sepas decir “no”.
El auto llega, Martín ha venido con Jhonny, saltas del sillón, me miras pero sabes que no queda otra opción, nadie se va a drogar contigo sólo para que te sientas “mejor”. Nadie. Te agarramos entre los tres, forcejeas, juras que no volverá a ocurrir, que por favor te soltemos, sólo quieres un trago, lloras más fuerte, te abrazas a las piernas de Jhonny, Martín se cubre la cara para evitar el llanto. Se me parte el alma de verte así, tan gris. Martín te agarra del cuello, casi te asfixia, te saca del departamento, Jhonny lleva una bolsa con tus cosas, sabe Dios de dónde las ha sacado. Bajan mientas termino de cerrar con llave mi puerta, para que nunca más vuelvas a entrar así, para que nunca más recuerdes mi dirección y te aparezcas así de madrugada otra vez, cada vez peor, a mostrarnos que el vicio ya se llevó tu voluntad y que no quieres en realidad curarte. Me pediste que te escribiera algo, eso estoy haciendo. Volver a firmar papeles en rehabilitación, autorizar tu ingreso mintiendo que eres huérfano por enésima vez, ya no es anecdótico: es irremediablemente doloroso y cruel, y ya no queremos volver a verte así. Imagino que cuando leas esto te sentirás como un perro, aunque tal vez no. La droga te ha convertido en un cínico que, a pesar de todo, aún conserva algunos buenos amigos, aquellos que nos vestimos de madrugada y salimos de nuestras casas (tan lejanas una de otra) para intentar salvarte la vida: una vez más. Hasta que un día, mi muy querido amigo, no encuentres sino silencio tras nuestras puertas, y en medio de aquella soledad, no halles siquiera una puta palabra de consuelo para lo que quieras compartir. Ya no estaremos más, anoche nos partiste el alma a todos. Y anoche decidimos dejarte ir. Estás sólo ahora, no puedes arrastrarnos a tu mundo de desesperanza y oscuridad porque no queremos estar ahí. Ya te hemos ayudado hasta cuando no podíamos. Ayer fue demasiado. Has perdido a tu familia, tu casa, tu dinero, tus verdaderos amigos, a “ella”, la moto que tanto envidiamos, el auto después… te has perdido a ti mismo. Y al parecer no tienes intenciones de recuperarte. Como este blog sé que lo leerás, te escribo para despedirme, a nombre de todos en realidad: ver cómo te aferrabas a las rejas del centro gritando a voz en cuello que no te dejáramos, con el rostro bañado en lágrimas y vómito, ha sido demasiado. Y aunque nuestros corazones siempre estarán contigo, lo de anoche ha sido lo último que haremos por ti. O te ordenas o te quedarás completamente solo. Lo lamento, amigo mío, pero ya es hora que enfrentes tus peores demonios tú mismo, sin aprovechar la buena voluntad de los demás en ayudarte. Pelea, da pelea, y sal redimido. Acá estaremos entonces, pero por ahora ya no cuentas con nadie más. Creemos que es lo mejor para ti. Están solo tú y tu guerra.


Entradas populares