Edgar Allan Poe entre nosotros. Un ensayo de Vicente Quirarte.


El siete de octubre se cumplen ciento sesenta años de la muerte de Edgar Allan Poe, uno de los pocos visionarios del siglo XIX cuya obra ha llegado intacta hasta nuestros días. Vicente Quirarte nos ofrece a continuación un doble ensayo: el recuento de la recepción en México de la obra del excepcional escritor norteamericano que, al mismo tiempo, culmina con una carta dirigida a Poe y a sus futuros lectores.

Entre 1850 y 1851 Francisco Zarco publica una serie de crónicas donde al entrar en la multitud se borra como personaje. Al demostrar el carácter protagónico de su método de observación, desarrolla el tema de la soledad humana entre los otros, esa gran enfermedad de no poder estar solo, que en el siglo XVIII había anticipado La Bruyère, tema central de uno de los textos más desconcertantes y por ende renovadores de Edgar Allan Poe. En la Burton’s Gentleman’s Magazine de diciembre de 1840, publica por primera vez el texto “The Man of the Crowd”. Alternando el testimonio con el tono del ensayo, Poe analiza la traducción que el narrador hace de la multitud urbana; se centra en un solo individuo, ése que encarna, como el resto de sus semejantes, el aislamiento en medio de la aparente compañía. Aunque en la época que nos ocupa era frecuente en México la recepción y el intercambio de publicaciones periódicas, resulta casi imposible suponer que Zarco haya tenido conocimiento del texto de Poe. La Burton’s Gentleman’s Magazine era una revista de circulación regional y el tiempo de Poe entre nosotros aún no había llegado. Tampoco el de Baudelaire. Sin embargo, no dejan de sorprender las analogías existentes entre escritores de diferente idioma y formación.
Mientras Zarco escribía sus brillantes ensayos disfrazados de cuadros de costumbres, en Estados Unidos dos dignos herederos de Poe, Nathaniel Hawthorne y Herman Melville modificaban la literatura de su país, con el desconcierto y el consecuente rechazo de sus compatriotas. No contaron en su patria con los lectores capaces de comprender sus alegorías. No tuvieron, como Edgar Allan Poe, un inmediato amigo literario del talento y la generosidad de Charles Baudelaire, quien se encargó de demostrar que Poe no pertenecía a un país ni a una lengua sino a todo el mundo.

La recepción de Edgar Allan Poe en México pasó por varias etapas. En cada una de ellas es posible detectar, por una parte, la manera en que un gran escritor evoluciona a través de generaciones sucesivas. Por la otra, el modo en que su influencia va siendo paulatinamente reconocida. La presencia de Edgar Allan Poe, o Edgardo Poe, como se generalizó en publicaciones en lengua española, aparece por primera vez, hasta donde hemos podido documentar, en 1867, cuando Ignacio Mariscal hace la traducción del poema “El cuervo”, la cual no sería conocida sino hasta su publicación en el número 3 de la Revista Moderna, de agosto de 1900.
En 1877, Guillermo Prieto había hecho un viaje de orden suprema a los Estados Unidos. Al revisar obras y autores de aquel país, hace una valoración de Poe en los siguientes términos: “Gran poeta y novelista, murió joven; nadie ha pintado mejor que él las pasiones. Tipo semejante a Espronceda, escribió además unos cuentos que han sido traducidos al francés y al alemán y son muy celebrados”. Los primeros libros de Poe publicados en español no son traducciones directas sino que fueron vertidas a nuestro idioma a partir de la traducción francesa de Baudelaire. Una edición española que circuló en México fue la publicada en Barcelona por la Biblioteca de Artes y Letras en 1887. La traducción de E.L. de Verneuil incluye el prólogo de Baudelaire, que ya desde entonces comenzaba a convertirse en umbral imprescindible para entrar en el universo de Poe y considerarlo como un autor cuya trascendencia iba más allá de la pura literatura superficial y sensacionalista para ofrecer las múltiples facetas de una mentalidad privilegiada. Más que elocuentes resultan las magníficas ilustraciones de F. Xumetra incluidas en el libro: en varias de ellas el personaje tiene rasgos muy semejantes a los de Poe, lo cual señala la identificación estrecha que comenzaba a establecerse entre vida y obra del autor.
Edgar Allan Poe por Marcus Root

Justo Sierra emprende en 1895 el que denomina su Viaje a tierra yanqui. Uno de los puntos tocados es Baltimore, cuna y sepulcro de Poe, que se convierte en una peregrinación en el más estricto sentido del término:
Quería yo ir no muy lejos de la calle de Calvert, en que estaba nuestro hotel, a la de Lafayette, donde se ve el sepulcro de Edgar Poe, en un jardín a flor de calle. El nombre de este fantasista maravilloso, que hizo arder su genio como la mecha de una lámpara de alcohol, explicará a muchos el estado de ánimo que me obligaba a convertir en una ciudad siniestra y lívida la honrada ciudad fundada por Lord Baltimore hace cerca de doscientos años, en el estuario del Patapsco, en la tierra de la reina María Enriqueta, mujer de Carlos I, es decir, en la Maryland. ¡Ay! Cuán triste nos pareció aquella noche puritana; las aceras largas corrían ante nosotros monótonamente tableadas por los reflejos de los grandes aparadores iluminados, que espejeaban en el gris de las piedras humedecidas por una llovizna fría como prédica protestante. Por ella nos lanzamos; pero pareciendo a mi compañero demasiado lejano e incierto el objeto de mi fúnebre visita, emprendimos la vuelta por una calle paralela, vimos un solitario mercado, continuamos escudriñando escaparates repletos de telas muy ricas unos, de objetos muy vulgares otros, de zapatos aquí, de ropa hecha allá, de muebles finos acullá.
La visita de Sierra al sepulcro de Poe no se consuma pero de sus palabras salta a la vista la predisposición espiritual en que pone a evocar al escritor y el reconocimiento que le merecía exclusivamente debido al carácter siniestro de su escritura. Semejante simplificación es explicable: la mayor parte de los textos que de manera cotidiana aparecían en el periódico El siglo XIX son casi exclusivamente de esta naturaleza. Un siglo después del viaje de Sierra, el escritor y médico mexicano Bruno Estañol publica el texto “Visita a la tumba de Edgar Allan Poe”, incluido en el libro La esposa de Martin Butchell (1997). La historia narra el periplo de dos matrimonios al cementerio de Baltimore. Las parejas se dan cuenta de que al paso de los años han cambiado física y emocionalmente. La tumba del poeta se transforma en un poderoso imán que altera su vida rutinaria. Una de las mujeres cree ver en su marido una transmutación que interpreta como la posesión de un espíritu anglosajón. Como gran neurólogo que es, Estañol interpreta esa transformación del yo en otro desde la perspectiva del síndrome de Capgrass, cuyo afectado “cree que ha sido suplantado, impersonado por otro”.
Si bien la sensibilidad del siglo XIX no aceptaba la parte luminosa dentro del carácter siniestro de los textos de Poe, a fines de la centuria el autor norteamericano encontró lectores devotos no sólo del talento de su obra sino también del genio de su vida en los autores que ostentaban con orgullo la denominación de decadentistas. Con la aparición de la Revista Moderna, en 1896, asistimos a un instante en que nuestros escritores asimilan su influencia, porque tiempo y espacio estaban preparados para recibirlo y comprenderlo.


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