Entrevista al escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, finalista del II Premio de Novela Mario Vargas Llosa



Juan Gabriel Vásquez, finalista del II Premio de Novela Vargas Llosa.
Una entrevista de Gabriel Rimachi Sialer

Considerado como “una de las voces más originales de la nueva literatura latinoamericana”, el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, finalista del “II Premio de Novela Mario Vargas Llosa” por su novela “La forma de las ruinas”, llegó a Lima para participar en una serie de mesas con motivo de la bienal que lleva el nombre del Nobel.

Escritor, periodista y traductor, Juan Gabriel Vásquez se ha convertido en un referente dentro del panorama literario internacional por la forma en que aborda la historia de Colombia, por esa forma en que busca no “recuperar la memoria” sino intentar responder las grandes dudas de un país asolado durante medio siglo por las guerrillas, los paramilitares, los políticos y la corrupción. Conversamos con él entonces sobre su trabajo como novelista y su apreciación del momento político que vive América Latina.

Desde hace varios años la literatura colombiana se ha volcado a indagar en los momentos históricos más importantes y difíciles que les ha tocado vivir. Una exploración de lo vivido.

Siempre he entendido a la literatura como la exploración del mundo y mis novelas trabajan en ese sentido. Ocurre que muy fácilmente se escapan del contexto puramente colombiano y me obligan a entender una situación política en su marco más amplio. Los eventos que exploran mis novelas están relacionados con un devenir histórico mucho más amplio, por eso es que si uno lee todos mis libros te encuentras con una historia alternativa de Colombia, prácticamente desde el siglo XIX como en “Historia secreta de Costaguana”, hasta el narcotráfico y el narcoterrorismo en “El ruido de las cosas al caer”. Lo que me ha pasado es que mi trabajo como escritor se ha mezclado como mi trabajo de columnista, pues durante siete años mantuve una columna semanal de política (hace un año la dejé), y eso pone al novelista en una situación muy rara, porque para mí escribir novelas y escribir columnas son dos actividades contradictorias y opuestas. Uno escribe novelas porque tiene incertidumbres, porque tiene preguntas, porque duda, y en cambio las columnas son ejercicios de certidumbre. Cuando uno escribe columnas uno está absolutamente convencido de algo y quiere convencer, quiere hacer proselitismo. Y eso te pone en una situación esquizofrénica con relación al mundo público, al mundo de la política, que es difícil de llevar pero es interesante a la vez.

Es inevitable que la opinión de un escritor que a la vez tiene una columna política le granjee muchas enemistades, y que a la vez, esta animadversión extrapole a su literatura.

Ese es uno de los gajes del oficio, sobre todo cuando uno se plantea la escritura de opinión como me la planteo yo. Una manera absolutamente contestataria: mi objetivo es molestar, incomodar, aguar la fiesta. Yo solía pensar que si después de publicar una columna no recibía insultos ni agresiones, entonces había perdido el tiempo de alguna manera. Entonces eso contamina la escritura creativa, es inevitable, y yo creo que ningún novelista en su sano juicio trataría de evitar porque eso implicaría una especie de autocensura, y la idea de modificar mis columnas para que no afecten la opinión que los lectores tienen de mis novelas me parece contraria a todo lo que yo he creído siempre sobre la labor del intelectual.
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En Perú un grupo de escritores planteó que el tema de la violencia política, el terrorismo, era un tema agotado, que se debía explorar otros territorios, tal vez más íntimos ¿algo así ocurre entre los escritores colombianos con el tema del narco y la guerrilla, son un tema ya agotado?

El debate es el mismo y mi respuesta es: no. Y la prueba es que siguen saliendo series de televisión, películas, novelas, a casi 23 años de la muerte de Escobar y 30 años de comenzar la década del terrorismo, seguimos contando historias porque no entendemos todavía lo que pasó. Porque no hemos llegado al fondo de lo que pasó. Y cuando en sociedades como las nuestras un tema sigue molestando, hiriendo sensibilidades, sigue despertando un sentimiento de polarización en la sociedad, es porque no hemos llegado al fondo de eso. Y seguirán saliendo historias para tratar de hacerlo, para tratar de explorarlo, de manera que no, yo creo que estos temas nunca se agotan. Lo que se agota es la explicación histórica; pero la explicación moral, que es a lo que van las novelas, esa capacidad que tiene la ficción para ir a buscar las consecuencias morales y emocionales de los eventos históricos en individuos distintos en sensibilidades distintas, que es lo enriquecedor de la ficción, es algo que no se agota.

Pero existe siempre el peligro de que se banalice el tema al punto de tornarse frívolo y vacío.

Sí, yo creo que eso es posible, como tantos otros eventos históricos, otros temas, hay tratamientos sensacionalistas, baratos, que toman atajos morales e intelectuales, y hay tratamientos serios, responsables, interesados en descubrir otros aspectos, y eso es bienvenido. Hay que confiar en el criterio de quien recibe la historia, el lector, el espectador. Un criterio nos hace separar la paja del grano, pero la paja estará ahí siempre.

Con todos los cambios que están sucediendo ahora en América Latina, ¿qué te pareció la visita histórica de Obama a Cuba?

Bueno, es parte de una gran transformación que está viviendo América Latina. Date cuenta de que esa visita de Obama coincide con los últimos pasos del proceso de paz colombiano, las negociaciones de paz entre las guerrillas y el gobierno colombiano, que están tratando de acabar con una guerra de cincuenta años. Es una guerra contemporánea de la Revolución Cubana. Entonces yo creo que todo forma parte de la misma sinergia de un continente que está tratando de dejar atrás modelos caducos de sociedad, que han dejado más atropellos e injusticias que beneficios, desde lo que ha sido el régimen de los Castro a la guerra de cincuenta años de Colombia que ha descendido a unos niveles de crueldad por parte de la guerrilla, por parte del paramilitarismo, por parte de los crímenes de Estado, que no existen ya en ningún país de Latino América, que es, ahora, como una serpiente cambiando de piel en este momento. Y eso está bien.

¿Consideras que las FARC entonces deberían convertirse en un partido político?

Considero que es inevitable y que nos corresponde a los colombianos tomar la responsabilidad de decir en la vida democrática lo que pensamos de ellas. Desde luego yo entiendo la resistencia que provoca en mucha gente la idea de que los mismos individuos que han causado tanto sufrimiento con secuestros, con minas antipersonales, entren ahora en el mundo político por puertas abiertas, pero de eso se tratan estos procesos de paz, estos procesos políticos, es lo mismo que pasó en Irlanda, en Centroamérica en los años 80, lo mismo que pasó –guardando las distancias- en la Sudáfrica del Apartheid. Son estos procesos los que llevan a la paz. Y si uno quiere la paz tiene que aceptar que los antiguos enemigos militares se vuelvan ahora enemigos políticos.

¿La “reconciliación” no es acaso una utopía de uso político?

La historia ha demostrado que no es un absurdo, que nunca es perfecta, siempre quedan heridas. Se ha demostrado que el perdón completo no es posible, ni el olvido. Pero sí es posible llegar a la reconciliación necesaria para seguir adelante. La otra opción es quedarnos como ahora, matándonos todos los días produciendo 10 mil o 15 mil muertos al año. Y quien prefiera esa opción creo que tiene una idea de la civilización que no es la mía.

Viendo lo que ha ocurrido en Argentina, en Colombia, En Perú, lo que viene sucediendo en Brasil, ¿consideras que la izquierda es una opción de desarrollo en América Latina?

Considero que la izquierda democrática como modelo filosófico sigue siendo perfectamente válida, lo que pasa es que en la práctica no la hemos sabido aplicar en Latino América, donde la izquierda ha tomado una deriva populista y demagógica que a mí me parece absolutamente nociva y que conduce a fracasos estatales, pero la idea de una sociedad que como modelo democrático practica un liberalismo de izquierda –digamos, a la europea-, a mí me sigue pareciendo profundamente válida y espero constantemente que surja en América Latina una opción política así, que sea capaz de recoger ciertos postulados de justicia social, del papel del Estado pero sin nunca renunciar a las libertades y a eso es a lo que refiero cuando hablo de liberalismo de izquierdas, y eso es lo que no hemos visto en Latino América.

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