Tragedia en el Cerro San Cristóbal: desgracia tras desgracia


Lima, como ciudad, ha vivido en menos de un mes dos tragedias inmensas, que han mostrado la gigantesca miseria moral en la que caminamos a diario, muchas veces sin darnos cuenta (o sin querer darnos cuenta).

El incendio en la galería Nicolini (que demoró cuatro días en apagarse), en Las Malvinas, en cuyo techo se habían instalado containers donde se encerraba a jóvenes menores de edad para trabajar en condiciones de esclavitud (y de cuyos cuerpos apenas se encontraron restos esqueletizados), desnudó el inframundo de las condiciones laborales donde superviven los que menos tienen, los que no tienen más oportunidad que aceptar un encierro de 12 horas por 5 dólares diarios, de lunes a domingo.
Si las desesperantes escenas de esos jóvenes encerrados sacando sus brazos por los pequeños espacios que el container les permitía, para poder respirar y avisar que los rescataran mientras las llamas se devoraban todo, habían golpeado más allá de la indignación, lo ocurrido ayer en el Cerro San Cristóbal no hace sino confirmar que somos una sociedad muy enferma.

El Cerro San Cristóbal es uno de los lugares de visita turística más populares de Lima. Desde la cima, donde se encuentra la enorme cruz que domina la ciudad hasta ver el mar, se pueden ver varios de los distritos más populares de la ciudad. Pero para poder llegar ahí, donde además hay un museo de sitio, hay que tomar la única ruta existente: una pista maltrecha y angosta (de solo 3 metros de ancho cuando la medida oficial es como mínimo 6 metros), con curvas muy cerradas y sin mayores elementos de seguridad que delgados muros. Ya en 2009 un bus turístico tipo Custer se volcó en una de esas curvas, dejando un muerto. En el accidente de ayer, donde se volcó un bus de esos de doble nivel (el segundo sin techo y sin cinturones de seguridad), han muerto 9 personas y se han herido gravemente más de 30, niños entre las víctimas, familias que iba a pasar su domingo de paseo sin imaginar la desgracia que ocurriría. O las desgracias.

Una de ellas y la más terrible, es que, lejos de ayudar a las víctimas, muchos de los lugareños se acercaron rápidamente para robar celulares, carteras y billeteras a las víctimas y a los heridos, agonizantes. Hay un cadáver que no se ha reconocido hasta este momento porque no se hallaron ni sus documentos ni su billetera. Nada. Esa es la sociedad de mierda en la que vivimos (o sobrevivimos). La otra tragedia es el papel miserable que han jugado las autoridades municipales, peloteándose a los muertos y heridos, buscando lavarse las manos ante una tragedia que no sólo muestra el nivel de informalidad existente, sino además la corrupción reinante para la obtención de permisos o las revisiones técnicas de los vehículos que, finalmente, se convierten en trampas mortales.

El Perú a veces es un container, otra un bus turístico que se desbarranca, otra una manada de hienas, acá no hay lomo saltado que lo salve, ni paisaje con huayno que distraiga. No se puede pasar a ver videos de gatitos o bromas brasileñas en el noticiero luego de ver esas imágenes. Uno se pone a pensar, irremediablemente, en que, como sociedad, aún hay muchísimo, muchísimo por hacer.

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