Un cuento de Rocìo Santillana



Luchar como el Che. Guapear como Kaká

Una gota salada resbaló por la frente de Charleston, cruzó su boca reseca y se evaporó al contacto con el óxido caliente del manillar de su bicitaxi. ¡Pinga, si hubiera sido una gotica de Mayabe bien fría! U-na-pe-da-la-da-más... vamos, que el ejercicio me pone papi y ya falta poco... Sí, poco para morir en la lucha diaria de subir la cuesta consumido por el sofocón y por este dolor que un día lo va a dejar impotente, estéril y con cáncer de próstata. ¡Cojones! A duras penas Charleston llegó a la cima, donde una pareja de turistas enrojecidos por el sol alzó la mano pidiendo sus servicios. Una carrera al menos, que alcance en mi casa para el plato fuerte de hoy. Pero a pocos pasos de las resplandecientes Nike de los yumas el cordón de la zapatilla rota de Charleston se enredó en el pedal y ésta se soltó de su pie y rodó Rampa abajo. Brincando como los muñecones de carnaval, la zapatilla se precipitó arrollando las esperanzas de Charleston hasta chocar contra el malecón, allá al fondo, después de que un taxi oficial la aplastara y terminara de romper. ¡Pinga, cojones! No, si yo sé que soy un tipo sin suerte. Charleston vio cómo una ola del Atlántico, que él tantas veces había soñado cruzar, rebasó el malecón y empapó su zapatilla. Luego encogió bruscamente el pie al sentir el asfalto quemándole la planta desnuda y cuando volteó para tratar de excusarse con los turistas en un inglés que sólo él mismo era capaz de entender, estos ya trepaban a un cocotaxi amarillo. La fruta motorizada los llevaría a la Bodeguita más rápido que el bici oxidado, que Charleston ya no podía ni pedalear, y además era mucho más tropical. El conductor del coco, un mulato flaco y con mucha guapería como que santiaguera, ni miró a Charleston. Se limitó a truquear su taxímetro y se llevó a los yumas cobijados a la sombra del techito del cocotaxi mientras estos señalaban el parasol rasgado del bici. ¡Coño, viejo, seguro que eres palestino! Instintivamente Charleston buscó un cigarro en un bolsillo de su pantalón azul, unos bermudas percudidos que usaba igual para trabajar en el bici, que para jugar pelota en cualquier calle desierta de Centro Habana, para bañarse y de paso pescar langostas en Bacuranao, para vender esas langostas a la paladar ilegal de la esquina, pasando antes, claro, por la policía para dejar una coima y percudiendo así aún más su pantaloncito, que usaba para todo, menos para ir a la universidad o a la discoteca. Eso no, porque una cosa es ser como el Che y otra no querer vestir como Kaká. Una cosa es querer y otra, poder. Y eso… asere, no es fácil. Charleston comprobó que no le quedaba ni un Popular ni dinero para comprárselo. Lo único que encontró fue la imagen de un chiquillo desolado en las lunas tintadas de un Mercedes blanco nieve que subió La Rampa chillando goma y se paró frente a él. Vio la mugre de su pantalón, el sudor de su pecho sin camiseta, su pie descalzo, su mala suerte incrustada como piojo en su pelo enroscado de jabao capirro. ¡Fiñe, menos mal que tu novia no te puede dejar, porque eres tan salao que ni tienes novia! El pensamiento se le interrumpió cuando vio salir de aquella máquina imponente que hacía aún más desgraciadito su bicitaxi, a un prieto con pinta de miky, botas vaqueras punta pa’arriba, jeans D&G y camisa merengue de cuello alzado, como las que guapea el mismo Kaká. El negro olía a CK ONE, iba fumando un Marlboro Light y le tendió otro a Charleston. Qué bolá, miherma, cierra esa quijada, que así no se puede fumar. ¡Coñññó, puro, de dónde tú sacaste esa clase de animal! Resolviendo, fiñe, como dicen Los Aldeanos: Copperfield al lado de un cubano es un simple aficionado. Charleston se arrebató dándole un beso en el cuello y un abrazo manoteado. ¡Deja esa bobería, hoy no estoy pa mariconadas de besuqueos, hoy yo ando bonitillo! Y alegra esa cara. ¡Qué va, muchacho, este día de pinga ni el Viejo Lázaro me lo arregla! Charleston aspiró su Marlboro con cara de yuma en pleno orgasmo. Aunque este humito ayuda, tenkiu, negro, pero estoy sin un kilo. No he levantado un yuma en tol día. Nada más que guajiros y encima mi zapatilla se fue rodando rampa abajo. ¡Esa zapatilla zarrapastrosa que acabo de ver en el malecón era tuya! Olvídate de ella. Es el único par que tengo, miherma y ahora cómo voy a trabajar en el bici. El prieto sacó su billetera y le plantó a Charleston 100 pesos convertibles en la mano. Toma, compay. ¡Ñññó, puro, tú sí estás escapao! Pa que te compres unas nike o unas punta parriba como las mías para guapear en la disco o en la universidad con las mikis que están very pritis. Charleston volvió a sobetear a su amigo, que se zafó de nuevo con chulería. Asere, llévame al malecón a recoger mi zapatilla. Tú no te subes con esa mugre arriba de mi animal. Y pa qué tú quieres esa zapatilla. Ya tú sabes, Copperfield al lado de un cubano… La voy a arreglar y con tu guaniquiqui me compro las puntaparriba. El negro sonrió y subió a su Mercedes. Las lunas tintadas no lograron oscurecer la felicidad de Charleston, que pedaleó cuesta abajo con una sola pierna, sentado sobre su pie descalzo, fumando entre orgasmos yumas, en busca de su zapatilla rota. Hoy sí le iba a alcanzar para el plato fuerte del día y para una Mayabe bien helada.



Por Rocío Santillana.
Rocío Santillana trabaja como guionista de series de TV en Madrid, donde cofundó un grupo de trabajo sobre género y comunicación. En Lima, ciudad donde nació, promueve en la actualidad su poemario Mi otra lengua, y escribe su primera novela.

Comentarios

Anónimo dijo…
Que divertida la historia!! :-D Aunque no entiendo algunas palabras, entiendo el significado. Joder con Copperfield! A mi que me den un Cuba Libre que me pongo contento.
Unknown dijo…
Me encantó tu cuento y la descripción que haces de los personajes!
Patricia
Gracias por tu comentario, zolnierz. Charleston dice que también se va a poner contento cuando le den Cuba Libre. ;p
Jen dijo…
felicitaciones a Rocío, me ha gustado mucho. Gabriel, he linkeado tu blog a mis dos blogs, recién me entero que tienes. Un abrazo, soy Jennifer Thorndike :)
Gracias, Patricia :D
Gracias, Jen :D Yo acabo de leer tu libro Cromosoma Z y lo pasé muy bien con sus relatos eróticos.
Por si les interesa, Charleston no encontró su zapatilla, porque un copperfield cojo y más vivo que él se le adelantó. Pero ya está guapeando con las puntaparriba. Besos.
Gracias, Patricia :D
Gracias, Jen :D Yo acabo de leer tu libro Cromosoma Z y lo pasé muy bien con sus relatos eróticos.
Por si les interesa, Charleston no encontró su zapatilla, porque un copperfield cojo y más vivo que él se le adelantó. Pero ya está guapeando con las puntaparriba. Besos.
Dylan Forrester dijo…
Una buena prosa y pincelada de personajes. Me gusta. Espero se pueda leer más de Rocío por aquí.

Saludos...

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