De la felación y otros demonios


Encuentro en El Malpensante este excelente artículo de Christopher Hitchens, y aunque discrepo del título y el trasfondo del asunto (hacer de los Estados Unidos el Edén del sexo oral), me parece estupenda la historia reunida alrededor de una de las prácticas sexuales más comunes y corrientes (o qué crees que están haciendo en el baño cuando golpeas la puerta y nadie responde ¡es que no pueden hablar!). Disfrútenlo.

Tan gringo como el pie de manzana
Traducción de Patricia Torres para El Malpensante

Existe algo más dramático que la última despedida entre Humbert Humbert y Dolores Haze (su adorada “Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas”)? Cuando se encuentran en la espantosa casucha donde ella se ha instalado para convertirse en la arruinada máquina de hacer niños de un pobre desgraciado, Lolita no solo le dice a Humbert que nunca va a volver a verlo, sino que lo vuelve loco al describirle las “cosas tan extrañas, sucias y extravagantes” a las cuales la expuso Quilty, el odiado rival de Humbert. “¿Qué cosas exactamente?”, pregunta él con voz serena, de una manera en que la palabra “exactamente” nos permite escuchar el doloroso rugido, casi ahogado, de su desgracia y su rabia: “Cosas locas, cosas sucias. Yo me negué, sencillamente no voy a [ella usó con total despreocupación, en realidad, un desagradable término vulgar que en su traducción literal al francés correspondería a souffler] tus asquerosos chicos...”.
Souffler es la traducción francesa del verbo inglés to blow, que a su vez significa “soplar, hacer viento, hinchar, hacer estallar”1. En participio pasado, puede describir un postre ligero pero delicioso que, bueno, se derrite en la lengua. Con frecuencia se ha dicho, de manera ligeramente sugestiva, que “no se puede hacer que un soufflé se infle dos veces”. Vladimir Nabokov hablaba perfectamente el ruso y el francés antes de convertirse en el maestro absoluto de la prosa en inglés, y su magistral novela Lolita, publicada en 1955, fue considerada el libro más osado jamás publicado. (Es posible que todavía lo sea.) ¿Por qué, entonces, no se atrevió a escribir las palabras “mamar” o “mamada”?
No es que Nabokov fuera un mojigato. Miren, por ejemplo, lo que dice cuando la hijastra de Humbert se encuentra todavía en su poder (y él aún más en poder de ella):

Consciente de la magia y el poder de su delicada boca, ella logró –¡durante todo un año escolar!– elevar la gratificación por un delicioso abrazo hasta tres e incluso cuatro dólares. ¡Ay, Lector! Por favor no te rías al imaginarme, en el culmen mismo del placer, emitiendo sonoramente monedas de diez y veinticinco centavos, y grandes billetes plateados, como si fuera una máquina musical y tintineante, y completamente demente, que escupiera dinero…

“La magia y el poder de su delicada boca...”. Los poetas eróticos la han alabado a lo largo de los siglos, aunque a veces el dueño de dicha boca suele ser del género masculino. El menú de servicios que se ofrecían en los burdeles de la antigua Pompeya, preservado a través del tiempo por capas de ceniza volcánica, la representa en los frescos. Como bien lo sabía el pobre Humbert, se consideraba algo por lo cual valía la pena pagar un dinero. Los grabados de los templos de la India y el Kamasutra la destacan con profusión y Sigmund Freud se preguntaba si un pasaje de las anotaciones de Leonardo da Vinci en sus cuadernos no podría revelar un gusto temprano por aquello que “en la sociedad respetable se considera una repugnante perversión”. Es posible que Da Vinci haya decidido escribir en clave y Nabokov haya elegido disolver el problema escribiéndolo en francés, como solía hacer cuando tocaba temas espinosos, pero la verdad es que la reconocida palabra “felación” viene del verbo latino que significa “mamar, chupar”.
Bueno, ¿cuál de los dos es: soplar o mamar? (Un viejo chiste dice: “No, querida. Chúpalo. Lo de ‘soplar’ solo es un eufemismo”. Imaginen el estrés que dio origen a ese comentario). Más aún, ¿por qué el sexo oral tuvo una existencia doble por tanto tiempo, algunas veces subterránea y otra veces ostentosa, antes de saltar a plena vista como la práctica sexual específicamente norteamericana? Mi amigo David Aaronovitch, un columnista que vive en Londres, escribió sobre la vergüenza que sintió al encontrarse en la misma habitación que su hija pequeña cuando se transmitió por televisión la noticia de que el presidente de Estados Unidos había tenido sexo oral en un vestíbulo del Despacho Oval. Se sintió muchísimo mejor, pero todavía algo inhibido, cuando la niñita le preguntó: “Papi, ¿qué es un vestíbulo?”.

Acey me contó que se encontraba en una fiesta cuando le dijo a un hombre, ¿Qué es lo que los hombres realmente desean de las mujeres?, y él dijo, Que se los Mamen, y ella dijo, Eso lo puedes obtener de un hombre.
[De “Blues del chupapollas”, parte 4 de Submundo, Don DeLillo].

Yo admiro el uso de las mayúsculas ahí, ¿no les parece? Pero creo que Acey (que en la novela también es, de alguna manera, Deecey) proporciona una clave. Durante largo tiempo, el humilde sexo oral fue considerado algo más bien despreciable, especialmente en lo que tiene que ver con quien lo hace, pero también en relación con quien lo recibe. En los dos casos, demasiado pasivo. Demasiado repugnante, sobre todo en épocas anteriores a la higiene dental y otras clases de higiene. Demasiado arriesgado, ¿qué hay de la referencia a la temida vagina dentata (totalmente materializada por la desgarradora escena del mordisco en El mundo según Garp)? Y también demasiado maricón. Los antiguos griegos y romanos sabían cómo era la cosa, sí, pero se dice que solían evitar a los feladores muy entusiastas por temor a recibir aunque fuera su aliento. Y de un hombre en busca de este consuelo se podría sospechar que era… poco viril. El término crucial de “mamada” (blowjob, en inglés) solo entra en el lenguaje corriente de los Estados Unidos hacia los años cuarenta, cuando era (a) parte del submundo homosexual y (b) posiblemente tomado del universo del jazz y su instrumentación oral. Pero nunca ha perdido su supuesto origen victoriano, que fue el término below-job (lo cual traduciría algo así como “tarea o trabajo de o en la parte inferior”, expresión afín, si se quiere, a la frase ahora arcaica de “ir allá abajo”). Esta expresión tomada de los prostíbulos de Londres todavía tiene un ligero tufillo de desprecio. Por otro lado, ciertamente tuvo quien abogara por ella como el prototipo del “polvo ocasional y sin compromisos” (zipless fuck, cuya traducción literal sería algo así como “sexo sin cremalleras”) de Erica Jong: al menos en el sentido de tener una relación sexual rápida, que solo implica desapuntar unos pocos botones. Y luego está la fastidiosa palabra job (tarea, trabajo, quehacer), que parece sugerir la idea de un servicio que se obtiene a cambio de un pago, más que de un exquisito placer para todos los involucrados.
No se vayan, quédense conmigo. He estado haciendo el trabajo difícil por ustedes. La “tarea” (job) de la que hablamos, con sus implicaciones de poder-hacer, también hace que el término blowjob sea especialmente gringo. Tal vez olvidada, mientras que el Londres de Jack el Destripador se perdía en el pasado, la idea de echarse un polvo rápido y por vía oral fue reexportada a Europa y más allá por la llegada masiva de los soldados norteamericanos. Para aquellos chicos campechanos, tal como lo han testificado muchas prostitutas francesas, inglesas, alemanas e italianas, el sexo oral era el ideal del galán. Era una idea sencilla y buena en sí misma y se consideraba –no siempre acertadamente– como un seguro contra la sífilis. Y, esto es especulación mía, ponía en su lugar a la población ocupada y aliada. “Para variar, ¿por qué no haces algo tú, amiga? A mí me costó mucho trabajo llegar hasta aquí”. Durante la Guerra de Vietnam, el corresponsal David Leitch grabó a varios periodistas intercambiando información: “Cuando llegues a Da Nang pregunta por Mickey Mouth (literalmente, Mickey la Boca), ella hace las mejores mamadas en el sureste de Asia”.

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