La belleza fatal de Roberto Arlt (un texto breve de Rodolfo Edwards)
El juguete rabioso, primera novela de Arlt, en 1926
sorprendió al ámbito literario por la insolencia y el desparpajo de aquel
Silvio Astier que bien podría haber sido uno de los brutales “drugos” de La
naranja mecánica de Anthony Burgess, asolando la tranquilidad de una ciudad
dormida. Planteada como una novela de iniciación que narra la brusca
incorporación al mundo de los adultos de un adolescente “alunado” y
atrabiliario por una codicia existencial que lo lleva a acometer experiencias
que rozan el delito y el crimen, El juguete rabioso sigue vigente gracias a su
descarnada mostración del borrascoso periplo que implica el camino del
crecimiento dentro de una sociedad hostil y materialista. En el estilo de Arlt
ya se advierten marcas del ímpetu tortuoso de Dostoievski y del juvenilismo
maldito de Jean Genet. El final de la novela es impactante: “Yo creo que Dios
es la alegría de vivir. ¡Si usted supiera! A veces me parece que tengo un alma
tan grande como la iglesia de Flores, dan ganas de arrodillarse y darle las
gracias a Dios, por habernos hecho nacer”. Un Arlt en estado de máxima pureza.
Los siete locos y su continuación Los lanzallamas , verdaderos thrillers publicados entre 1929 y
1931, se dejan atravesar por el desasosiego social imperante en las
postrimerías del gobierno democrático de Hipólito Yrigoyen que finalmente sería
jaqueado por el golpe militar del 6 de septiembre de 1930, encabezado por José
Félix Uriburu. Estas novelas terminarían de afirmar la figura de Arlt como un
escritor insoslayable de la literatura argentina, aunque la consagración
definitiva se produciría muchos años después, cuando las impugnaciones a su
obra se acallaron y se lo recuperó en todas sus facetas: el novelista, el
cuentista, el cronista impiadoso.
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